Hombre triste, que de la soledad haces una vida inaccesible de sueños, cometas y fugaces luceros. Ven ahora, cuéntanos en tu incomprensible lenguaje como es que adoras los lances, bailes y silencios que a los demás separan. Haznos presente tu fina realidad, tu comprensión de futuro incierto, donde tus herederos vivirán inexistentes. Presenta, insisto, tu brillante noche, antro de gozo y recogimiento, de triste valía al mundo, de incalculable brillo al propio.

Di, dime, dinos que es lo que hace brillar tus ojos, ese espejo con el que te observas en el mundo. Di, dime, dinos la cantidad de lágrimas que abarcan tus sonrisas exclamadas, las que has guardado, las que nunca vivirán. Enumera con dedos los amigos a los que escuchaste enarbolar con deseo un envolvente abrazo. Sé, me han dicho, que las sombras de viejas heridas respiran y se estremecen ante una mirada cándida, frente a una preciosa canción que entes extraños suplican te auto dediques con el corazón ondulante.

Baja el escaño que separa los mortales de santos, ni uno ni otro merecen humillarse a tal titulo. Tú en cambio, del cielo cuelgas tus cantos, con esperanza pura, con fatal destino que condena tu felicidad al eterno ocaso.  Ni un fatigado beso o un pálido amor reavivan el alma escondida en flagrante escape. Ocupada, duerme y se instala en distracciones de importancia magna. Vive, vive, vive que aunque duela y no parezca, el alma existe siempre alegre, jovial e impetuosa, a veces riendo de tus juegos gratos u otras tantas de lo triste que pareces.