En tus ojos me veo como soy, como siempre quise saber que era, como me permito querer ser. Temo lo necesario. A la presencia que me observa, (ó me lee en ciertos casos), a quien me conoce desde perspectiva novel o si lo hace desde hace años ya.

Me veo nítidamente. Hoy aquí, me reconozco de primera mano; no me soy extraño. Lo confieso, suelo ser un ente de comportamiento ajeno… y mientras tanto (también hoy aquí) vivo como forastero de ciudad, me desprendo de la piel que cobija mi sentir, huyo deliberadamente, solo para poder verme desde lejos, palparme, reconocerme propiamente. Ejercicio poco práctico, hoy en desuso.

Te pido a ti, presencia que me observa, (ó me lee en ciertos casos) (también hoy aquí) envuélveme con tu verdad amada, di cuanto me conoces, tú lo sabes. Eres en mi, complemento, razón, sentir. Soy lo que deje de ser por ti y en tu lugar. La parte que me correspondes, ese espacio donde terminas y se llena de aire, suspiros y nada. Desde la frontera con que cabalgo a tus horas, donde te espero y busco tu codiciada sombra, para acariciarla, sostenerle y cantarle una acogedora melodía. Tu presencia me invade desde mucho tiempo hace. Me conoces, admítelo, siempre susurras en mis sueños alguna alegría futura (o la felicidad de ambos). Desde entonces un eco que es testigo repite: “algún día veras mi ausencia lejana".
Me conoces, lo sé, estoy tan seguro de ello, lo afirmo sólidamente…
…porque yo te conozco.