Somos rotundos címbalos con sabor a silencio y lenguaje que se angosta. Escombros cotidianos que tiemblan a la altura de un sentimiento exhausto. Nuestro aéreo lenguaje discurre con la ansiedad de una paloma cantora. Confundidos con el sol que quema, nos jactamos haciendo humo las otras brasas, los cantos modulados.
Un sacrificio discurre minuto a minuto cual pozo de gracia diminuta y regresa mudo, a encogerse en su primer origen lastimoso. Transitamos de sueño en sueño, a vigilia y fuerza destemplada. Acumulamos oraciones desnudas y batir de mariposas. Tú te tiendes heroica en fuerza y te sonrojas al perder una nube. De mi, loco efusivo, se retira la estatura y mi llanto sin fin me deja sin lagrimas para cambiarlas por ingenuos diamantes. Soy ciego (me han dicho) y mi paso enamorado hace encender la risa de hechura estricta. El Diablo insultante, enciende la hoguera, canta y baila pujando mi precoz caída. Dormir, pagar a gotas la sed eterna, sabe a dulce flor, a fruta ámbar.
Suele ser el ritmo, las manchas que del alma brotan (pecados no cometidos, dejados para mejor ocasión) lo intangible de mis ideas impropias, mis propias plumas que no he limpiado.
Hurgo, a veces, la luz, su curso, la palabra, el discurso, la bandada de estrellas en su veloz trayecto, por mero gusto. Disfruto hacer discursos, sin egoísmo o deseo altanero de que lo escuchen, promedio en el espejo la respuesta. Pocas veces adivino lo que me dirá. ¿Tú te atreves a hacerlo, espejo que hoy esto lees?