Solo había una forma de celebrarlo, muy al estilo de los clásicos fines de semana, volando las botas hasta el alféizar del vecino. Con tres jugadores, la mesa de billar era el recinto perfecto para iniciar un debate práctico: la inutilidad de la madera, alcohol y penas para concebir un juego asesino de tiempo. Papel en taco, acero en puntas, mantequilla en mangos; asir, golpear y balancear ha sido práctico solo cuando de juego no se trata.