Aquí y ahora
Inherente al camino desde fechas históricas, me he mantenido atento a mis dogmas anticuados y algunos ritos externos. Hoy desde esta, mi esquina de eternidad, recuerdo cuantas ocasiones fui expulsado por ortodoxo, victima del amor al prójimo y de las visiones de una Biblia no inspirada por Dios. Oculto en la familia, desheredado por convencimiento propio, viviendo entre iglesias y sinagogas promoviendo la tolerancia y abandonado con mi libertad de expresión, muestro la nueva perspectiva, sin inventarla, solo exhibiéndola.
Percibirle no ha sido complejo, él como contexto infinito, es quien abarca, el aquí y ahora forman minúscula parte de él, se dice que, suele mirarse todo en vertiginosa retrospectiva antes de partir, siempre siendo infinitamente poco. Añorándole, aferrándose. El raudo danzante-espectador, balanza inclinada a lo segundo, venera la luz solo al anochecer.
La eternidad no suele ser certera. La perspectiva, pocas veces vista. Aún si se le observara a causa de alguna letra en este aquí, en este ahora, prescindirle será obligatorio. La realidad pocas veces acompaña a quien pasar ha dejado su segunda dosis de antipsicóticos y ha conversado con múltiples demonios hasta el amanecer. Me voy, alguien llama en esta casa que creía vacía.
El placer de Dios
Temo inútilmente del placer de Dios. En la víspera de la aurora sufro esa espléndida batalla espiritual donde se escabullen a la realidad visiones desvanecidas. Siendo múltiples veces ángel cubierto de blancas brumas agito las brisas que enturbian la moral divina. Voraz embriaguez que cubre mis mentirosos ojos (astros cansados constituidos por anhelantes suspiros) con multicolores evocaciones exhaladas en sollozos.
Su gozo ufano es quien mantiene en vilo el hechizo que sustenta esta elegida locura. Intenta escapar, extraviarse sin evidencia; buscando un inmemorial reposo aquella pausa a su extenuante andar.
Su vista gastada (revelación de suplicio), con lágrimas brotando en duelo, sufre en confidencial silencio. Observa airoso como su mancillado orgullo desaparece conquistado por el deseo y cariño que no profesa. Sé, se lo ha prohibido.
Delicadamente oculta su alma esclava, de un mortal anhelo. Intenta callar su inmaculado amor, que en anales ha conservado fantasmalmente honesto. Se consiente llorando a solas, reinventando misteriosos votos que a menudo rompe mientras les estrecha y vocea el porqué se alejan.
Un placer intenta acabar con él. Le temo, no debería. Aunque al haber un vencedor, sea cuál sea, será irremediable hacerlo.