Todas las noches, en un lugar santo, se turnan blasfemias que erizan la piel. He accedido a petición expresa de quien el pecado le atañe, aunque no he podido pecar de tan artera manera, a pesar de mis reiterados esfuerzos, me considero experto en injurias, vituperios y virtudes de menor calaña. No basta elevar la voz y sostener la mirada, de que servirá cuando no existe atención y vigilancia en las respuestas dadas. Me retiro perdiendo y agradeciendo sinceramente el espectáculo a espaldas, donde dos estrellas arriba y la luna debajo de ellas se alinean, obsequiando una memorable vista.