La vuelta a la cordura
Mi psiquiatra no me comprende…
Ayer le vi triste, he notado que le duele partir. Ya no invita a mis amistades ficticias a conversar de mí.
-¡Fuera no nos molesten!- telepáticamente yo les reclamaba. Recuerdo vagamente aquellas últimas veces. Al parecer, por fin se fueron.
Su mirada se ha vuelto normal, ya no expide ese aire de magnificencia, que tanto me irritaba. En la sala de espera, conforme avanzaban mis citas, he notado que sus clientes se han transformado paulatinamente en seres más perturbados. Cada vez les tolero menos.
Le he tomado un inusitado gusto a relacionarme, conversar y frecuentar lugares de moda. Me preocupo cada vez más por mi apariencia. He encontrado un fin práctico en las corbatas, bombines y mancuernillas. Paso horas lustrando mis zapatos y hablando al teléfono, observo televisión hasta tarde y voy de compras a lugares de prestigio.
La hora de comida ya no me preocupa, lo hago cuando puedo, no importa si es en el coche o en la oficina, mi trabajo requiere mayor atención.
-¡Bienvenido de nuevo!- me ha dicho mi psiquiatra- ¡ha escapado por fin de su abstracto mundo de locura! Le abrazo al instante y le agradezco infinitamente el que me haya ayudado a entrar en él, perdón… salir de él.
He vuelto, solo o con ayuda, da igual. Pero hoy, cuando creía estar solo, alguien ha susurrado muy quedamente a mi oído aquel nombre que ya no utilizaba, y con él esta enérgica consigna: “Abandona a los locos de fuera”