Intimidado, hago mías tus lágrimas que golpean al alma, con brazos impotentes sostengo el desbordante océano que albergan tu vista. El sol empaña la luz radiante, torrente de tus ojos que calienta, quema y desarma la realidad que no nos reclama.

Cobardemente me abrazó a ti, descansando mi dolor en tu espalda, apretando tus manos, con fuerza alzo tristeza desde mi fondo sin desear que le observes de frente.

Reclamo sollozos que no me pertenecen, vuelan al cielo con nombre, envolviendo el sostén que yace a mis pies temblorosos por fuerza querer darles.

Las flores sonríen recordando los nombres, dando con pétalos oraciones ahogadas, visible mudez de quien no atreve manchar con su voz las celestiales moradas.

Se eterniza el momento, los pinos se inclinan al unísono sonido de tu voz temblorosa, y me animan a volver contemplando la profundidad angelical que vive en tu rostro.

Huyo de mi por vivir en ti, eres océano bendito albergando a la insignificante gota, deseosa impertinente de formar eternas olas que bañen y besen tus caros anhelos.