De visita a la vaguedad siempre ha sido atractivo amanecer con el alba. La soledad va de la mano del ávido fusil que aquel lagarto un buen día creó. No hubo más mágicas armas, todas sucumbieron por falta de noche o exceso de sueño, las más por falta de soñador. El fuego se apaga, las risas se van, huyen volando, ¡sobrevivir será tarea triste! El sueño decide el lugar y momento de posar, se adueña del sujeto y del tiempo que permanecerá. Tímido y celoso, enemigo directo de cualquier movimiento o sonido, la lucidez le tiende emboscada, le encuentra en mitad del acto amoroso, la luz y la sombra sonrojados y sorprendidos se retiran de la Jauja bendita, expulsados hacia la mitad del mediodía, nadie tiende el brazo, todos fruncen ceño… de la mano que sostiene al amor resultante pende una lágrima dorada con hilos de luz refulgente. ¿Te crees que fue vencido? Se sigue posando, ahora a cualquier hora, sin importar la sombra que oculte o el brillo que envuelva, necesita solo de alguien que pierda la vista mirando lontananza… que aquel atrevido bendiga la, por muchos indeseada, vaguedad del sueño.